Por segunda vez en la semana un incendio en el balcón de mi vecino hace sonar el timbre de mi casa de manera frenética. Estaba durmiendo y confundía el sonido entre mis sueños, lo que rápidamente se aclaró luego de que unos fuertes golpes en la puerta de mi departamento retumbaran en las paredes de mi cuarto. Abro los ojos y me siento ofuscada por el hecho de que siendo 5 personas en una WG nadie se hubiera dignado a levantarse (mi humor es el peor del mundo apenas despierto, ellos lo padecen).
Escucho gritos desde la calle, me asomo por la ventana y veo un cúmulo de vecinxs que miran consternados hacia mí y vociferan palabras de las cuales sólo comprendo una: Wasser. Miro hacia mi izquierda y veo unos canteros ardiendo en llamas, personas observando desde los balcones y algunxs hasta sacando fotos, todo un acontecimiento para el llano distrito de Treptow.
Uno de mis flatmates abre la puerta y del otro lado un hombre desconocido, que dijo trabajar en el bar de enfrente, nos pide que tiremos agua en el balcón, creyendo que era parte de nuestro departamento. Al parecer en el piso de arriba viven personas cuyo deporte es arrojar las colillas de cigarro aún prendidas hacia el exterior y ver qué acontece ahí abajo, esperando que la adrenalina les corra por el cuerpo y los saque de su mundana cotidianeidad.
El fuego se originó porque las plantas -que estaban totalmente secas- pertenecían a un inquilino que había muerto durante el invierno y cuyo departamento seguía intacto, salvo por el detalle de la puerta que fue destrozada por la policía para poder sacar el cuerpo. A pesar de esto último, es ilegal para nosotros romper la banda colocada por ellos e ingresar a sofocar el incendio, por lo que cada vez que esto sucede tenemos que esperarlos y contarles una y otra vez la misma historia.
Mi vecina Saskia no podía esperar, desde el balcón de abajo desarrollaba una nueva habilidad: apagar los endemoniados canteros con la manguera que usa para regar sus plantas y encima desde una incómoda perspectiva, por lo que debía ser guiada por los curiosos que desde la calle le indicaban hacia qué lado dirigir el chorro de agua.
La última vez un policía entró a mi habitación para observar la gravedad de la situación a través de mi ventana. Yo, aún dormida, no hacía más que pensar que mi dildo estaba siendo cargado a unos centímetros de él, que tenía un porro a medio fumar en el cenicero y que mi lata de Snoopy repleta de marihuana funcionaba como un sahumerio para el ambiente.
A decir verdad, me molestó un poco que no se haya sacado los zapatos al ingresar ya que el fuego no era para tanto. Saskia lo apagó por completo en ambas oportunidades ridiculizando la presencia de los bomberos y la policía allá abajo.
Pensé en comprar un cenicero y dejárselo a los de arriba con una nota que diga: "Por favor, la próxima, tenga la amabilidad de no matarnos, Liebe Grüße, sus vecinos de Brückenstraße".
BIO
Me llamo Rocío, nací en Buenos Aires hace 33 años. Estudié Cine, fotografía y desde hace un tiempo me reconecté con la escritura. Vivo en Berlín hace dos años y sin embargo me siguen llamando la atención las cosas que pasan en esta ciudad. Empecé a bajar a papel algunas anécdotas que me tienen por testigo o protagonista, con el fin de contarle a mis amigxs cómo es vivir acá. Eso se tornó en un proyecto literario que va tomando forma de a poco y que me gustaría compartir en pequeñas dosis para ver qué sucede afuera de mi drive.